Hacia mediados del siglo pasado, el arte del grabado tuvo en Chile tres núcleos de enseñanza y creación: el Taller de Artes Gráficas de la Escuela de Artes Aplicadas de la Universidad de Chile, el Taller de Artes Gráficas de la Escuela de Bellas Artes de Viña del Mar y el mítico Taller 99, comandados respectivamente por Marco Bontá -primer director del Museo de Arte Contemporáneo-, Carlos Hermosilla -maestro indiscutido de la disciplina en la Región de Valparaíso- y Nemesio Antúnez -discípulo del renombrado artista gráfico británico S. W. Hayter-. Estos tres "pesos pesados" de la plástica nacional encaminaron el grabado local por dos poéticas de producción: la vindicación de lo vernáculo y el virtuosismo técnico.
Por un lado, Bontá proponía renunciar a la influencia europea en pos de un espíritu americano, cuestionando asimismo el foco en la mera técnica como garante estético de la obra. Antúnez, en cambio, promovía una formación artística sin discursos ni imaginarios prestablecidos, basada en los procedimientos técnicos del grabado, con la idea de que su carácter de "original múltiple" -y la consiguiente posibilidad de difundirlo a bajo costo- era una de las mayores potencialidades de la disciplina. Hermosilla transitaba entre sus colegas: en su opinión, la destreza del oficio era el factor que distinguía al impresor artesanal de otros artistas gráficos, aunque no desconocía su estrecha filiación con Bontá, pues ambos maestros abrazaron el paradigma del realismo social como el fundamento de un modernismo artístico.
Lo que subyace a esta disputa era, justamente, la definición de "modernidad" en el arte del original múltiple: si por siglos este había sido considerado como un simple medio de reproducción de imágenes subordinado a la industria editorial, a mediados del siglo XX, con los grabados instalándose por derecho propio en los museos y salas de exposiciones, su apreciación como un arte autónomo terminó por consolidarse y otorgarle, definitivamente, su estatus moderno.
El Museo de Arte y Artesanía de Linares cuenta con una colección de más de cien valiosas estampas de algunos de los más importantes grabadores chilenos, lo que la convierte en una muestra ejemplar del desarrollo de la disciplina en nuestro país. El conjunto ofrece un correlato visual a las ideas que sustentaron la práctica creativa del grabado en sus tres etapas formativas e invita a repensar la dicotomía entre realismo social y especificidad técnica como articuladores del discurso modernista.
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