Pasar al contenido principal

Alfarería con tradición indígena entre Cachapoal y el Bío Bío

Solapas secundarias

Origen indígena de la alfarería campesina


La alfarería de la zona comprendida entre el río Cachapoal y el Biobío sobrevivió gracias a que ciertas tradiciones indígenas precolombinas persistieron a través de encomiendas o pueblos de indios, estancias, haciendas, fundos y finalmente en comunas.

Esta práctica data del período Agroalfarero (300 a.C. - 1580 d.C.), cuando las nuevas condiciones climáticas impulsaron el sedentarismo, la horticultura y el uso de tecnologías innovadoras.

En estos grupos no existían grandes centros de producción que permitieran una mayor especialidad, por lo que se distinguen sólo dos tipos de creaciones:

  • Utilitaria: usada en un contexto doméstico para cocción, almacenamiento y consumo de alimentos.
  • Social-ritual: asociada a contextos funerales y espacios de interacción grupal, donde funcionó como un "vehículo de comunicación social que transmite, a través de las formas o diseños, algunas características de los usuarios o del contexto de uso" (Falabella et al. 1989:57).

Durante el período Intermedio Tardío (1.000 - 1.400 d.C.) y Tardío (1400-1541) se presentaron notorios cambios en la alfarería ritual y social. Se identificaron nuevos estilos a partir del uso de pastas cerámicas de diferentes colores y tipos decorativos y formales asociados a la preponderancia de otras unidades culturales:

  • Aconcagua (Intermedio Tardío): su principal característica es la cerámica del tipo Aconcagua Salmón y un símbolo denominado trinacrio, similar a la suástica. Predominó el uso de elementos andinos o diaguitas.
  • Inca (Agroalfarero Tardío): Aconcagua establece una relación con el Estado Inca que cambió sus manifestaciones sociales y rituales. Hubo creaciones cerámicas como aríbalos o botellones con asas en los costados usados para guardar chicha, platos y aizanas o jarros con asa diagonal. Todos estos objetos se asociaron a la práctica ritual.

En 1541 las huestes españolas llegaron a Santiago. Los indígenas de la zona central no desaparecieron, sino que su cultura se desestructuró y perdieron el sentido que les daba unidad (Barrales; Vergara, 2007: 31).

La dominación española impuso al sujeto indígena nuevas formas de vida, como la forma en que producían sus objetos de subsistencia y de uso simbólico, se organizaban, se relacionaban como grupo, entre grupos y con lo divino.

Bajo el dominio europeo, ellos sólo reprodujeron fragmentos aislados de su cultura, generalmente asociados a lo cotidiano y popular, que es precisamente lo que la historia oficial no aborda en profundidad" (Quinteros 2004: 145).

En la zona estudiada hubo una gran presencia de pueblos de indios. Este tipo de organización permitió una cierta preservación de tecnologías tradicionales, al dejar a los grupos indígenas asentados en un espacio de producción comunitaria.

En el siglo XVII destacó Rancagua, Copequén, Malloa, Peumo, Pichidegua y Tagua Tagua, en los que se formó una economía y cultura compleja que se relacionaba con los españoles mediante el intercambio de productos.

La hacienda surgió a fines del siglo XVII, período en que españoles reorganizaron la tierra para la producción agrícola. La población mestiza se transformó en mano de obra remunerada o no, como peones o inquilinos.

Esta unidad productiva predominó hasta mediados del siglo XX. En su entorno se creó una subcultura local con un fuerte componente indígena, por lo que sobrevivieron técnicas de producción cerámica heredadas de las culturas prehispánicas, aunque desprovistas de su antiguo sentido simbólico.

Después de 1973, el fenómeno conocido como nueva ruralidad determinó la crisis del oficio, al separar al poblador de las labores campesinas tradicionales como la agricultura o ganadería.

La permanencia de la tradición indígena fue investigada por Catalina Paz Barrales Masías y María Eugenia Vergara Solari. Ellas realizaron un estudio de las técnicas utilizadas en el período precolombino y colonial y observaron a las últimas alfareras a través de un análisis etnográfico, con el que detectaron similitudes en distintos niveles:

  • Marco ambiental. En el río Cachapoal se encontraban todas las deposiciones minerales necesarias para la producción cerámica, como la arcilla, antiplástico, combustible y agua.
  • Aspecto técnico. Las semejanzas se refieren a:
  1. Uso de rodetes o pieza giratoria cilíndrica utilizada para modelar la arcilla.
  2. Decoración con engobe de colo o arcilla de grano más fino que la usada para modelar, que se impregna como pintura sobre las piezas sin secar.
  3. Luego de la cocción se fusionan ambos materiales, otorgando un tono indeleble a las piezas.
  4. Preferencia por los desgrasantes de origen mineral (áridos). También denominado aplástico o antiplástico, disminuyen la ductilidad natural de la arcilla, reduce la formación de tensiones y grietas en el proceso de secado, anterior a la cocción. Los más comunes fueron los áridos de origen granítico o volcánico.
  • Estilo. Un ejemplo de permanencia es la olla porotera, ollas, fuentes, pucos o vasija de barro cocido ancha y semiesférica, jarropatos o ketre metawe, en las que se observaron antecedentes de los grupos Lolleo de la zona.
  • Producción. El taller formó parte del espacio habitacional y el trabajo se realizó a nivel familiar, al igual que en el Período Agroalfarero Temprano cuando no existían grandes centros de producción cerámica ni infraestructura destinada exclusivamente como talleres.

La diferencia más importante entre la cerámica precolombina y la campesina tradicional se observó en el manejo de técnicas decorativas y formas pictóricas como el trinacio y los campos geométricos. La cerámica perdió prolijidad, lo que fue apreciado en el grosor e irregularidad de sus paredes y falta de proporción en piezas simétricas.

Estos cambios dan cuenta de la pérdida de la función social y ritual de la cerámica y su rol como marcador de identidades.

Temas relacionados